Cuando los que se negaron a creer cerraron sus corazones con una arrogancia[1] similar a la de la época de la ignorancia [previa al Islam], Dios hizo descender el sosiego sobre Su Mensajero y sobre los creyentes, y los hizo mantenerse leales al compromiso[2], pues eran los más merecedores y los más dignos de él. Dios lo sabe todo. 1